La rutina para dormir no tiene por qué ser siempre tranquila
Está muy extendida la idea de que la rutina para antes de dormir (siestas y noche) ha de ser siempre tranquila. Luces tenues y baja estimulación (masajes suaves, canciones a media voz, cuentos en el regazo…). El objetivo: que poco a poco nuestras hijas e hijos se vayan relajando para facilitar que concilien el sueño. En muchas ocasiones estas rutinas cumplen su misión. La rutina acaba, ponemos a la niña o niño a dormir (cada familia a nuestra manera) y se duerme. Sin embargo, en otras ocasiones, en vez de dormir se pone a dar saltos, a rodar, a tirarnos del pelo… En vez de estar calmados ¡están a tope! ¿Qué ha podido pasar?
En realidad pueden suceder varias cosas, algunas incluso a la vez:
- Hemos puesto a nuestra hija o hijo a dormir demasiado pronto. No estaba lo bastante cansado y tardará un rato en cansarse lo suficiente.
- Hemos puesto a nuestra hija o hijo a dormir demasiado tarde. Estaba demasiado cansado, sus niveles de cortisol son ahora muy elevados (lo que comúnmente llamamos pasado de rosca) y va a tardar un rato en relajarse lo suficiente.
- Nos echa de menos. No ha pasado con nosotros todo el tiempo que le hubiera gustado y busca a la hora de dormir la conexión que le falta.
- La rutina tranquila que teóricamente le iba a ayudar a relajarse no ha servido porque, para relajarse, resulta que antes necesitaban otro tipo de estimulación. En este post os hablo de esta situación en concreto.
Preferencias sensoriales
A algunos adultos nos relaja leer. A otros, escuchar música. A otros, ir al gimnasio. Todos somos diferentes. Niñas y niños incluidos. Nuestros perfiles y preferencias sensoriales son diversas y juegan un papel muy importante en la forma en la nos regulamos y relajamos.
Antes de nada, una aclaración: por preferencias sensoriales me refiero al tipo y la cantidad de estímulos que recibimos a través de los sentidos. Sentidos que, por cierto, no son solo los cinco que nos enseñaron en el colegio (vista, oído, olfato, gusto, tacto), sino siete (hay que sumar el vestibular y el propioceptivo).
¿Qué tiene que ver esto con el sueño? En palabras simples, digamos que para poder conciliar el sueño es necesario relajar nuestro sistema nervioso central. Lo que pasa es que no todos lo logramos de la misma manera.
Por otra parte, lo más habitual es tener un nivel de sensibilidad estándar, pero no siempre es así:
- Hay niñas y niños hipersensibles que colapsan solo por entrar en contacto superficial con ciertos estímulos como ruidos, ciertas texturas en los alimentos, luces fuertes o etiquetas en la ropa. Con muy poca estimulación sus cerebros se saturan y su sistema nervioso es incapaz de relajarse. Por eso tratan de evitar esos estímulos a toda costa (tipo evitativo).
- Hay niñas y niños con hiposensibilidad cuyos cerebros necesitan más tiempo o más cantidad de estímulos para comprender y procesar la información que reciben a través de los sentidos. Pueden parecer letárgicos y, para mantener un estado de alerta óptimo, pueden buscar activamente los inputs sensoriales que echan en falta (tipo buscador). Algunos ejemplos serían chupar y morder objetos continuamente (en niños mayores) o girar sobre sí mismos largos periodos de tiempo.
En estos dos últimos casos puede ser necesaria terapia de integración sensorial. Si crees que tu hija o hijo puede encajar con alguno de estos tipos, te animo a comentar vuestro caso con el pediatra y con un terapeuta ocupacional infantil.
Estimulación sensorial y rutina para dormir
Volvamos ahora a la rutina de antes de dormir. Como hemos visto, no existe un perfil sensorial único. Incluso en personas de sensibilidad estándar, existo un cierto rango de normalidad que además puede variar según el sentido. Si resulta que tu hija o niño no necesita mucha estimulación (o sí, pero se ha pasado el día entero recibiendo los estímulos que necesita), una rutina tranquila de principio a fin puede ser genial. Digamos que su sistema nervioso central tiene el cupo del día lleno y está listo para el sueño.
Por el contrario, si la niña o niño no ha recibido suficientes inputs sensoriales (porque es tipo buscador o porque, por lo que sea, ese día no ha experimentado suficiente estimulación), por mucho que haya llegado el momento de ir a la cama, su sistema nervioso central puede no estar listo para el sueño. Por eso no se duerme. Por eso brinca (input vestibular). Por eso no para de tocarlo todo (input táctil). Por eso se puede pasar 1h a la teta (input oral). Está buscando estimulación adicional. Y esto son solo ejemplos porque cada persona tenemos unas preferencias sensoriales diferentes.
¿Qué hacer en estos casos?
Ofrecer durante el día una dieta sensorial rica y variada, prestando atención a cuáles sus preferencias para proponerles opciones adaptadas a su temperamento. Sin volvernos locos. Si pasan tiempo en la calle o la naturaleza, jugáis juntos y tienen libertad de movimiento, la estimulación sensorial llega sola.
Ahora bien, hay niñas y niños que pueden necesitar un poco de estimulación extra al final del día y no pasa nada malo por ofrecérsela. No se van a revolucionar y dormir peor. Todo lo contrario. Algunos lo necesitan. Literalmente, no pueden regularse y conciliar el sueño sin ella. Una vez proporcionados esos estímulos, ya sí, están listos para pasar a rutinas más tranquilas. Si dentro de la rutina antes de dormir ofreces tú proactivamente esos inputs antes de que los busquen, será mucho más útil. Por ejemplo, si tu hija es muy movida, puede que una buena sesión de juego saltando y revoolcándoos por el suelo antes de poner el pijama le vaya mejor que una nana. Luego ya podrás leerle un cuento. Pruébalo. Puede que el resultado te sorprenda.
(Foto Jelleke Vanooteghem)